Pichi Gato, un madrileño de la zona de Chamberí, nunca olvidará este último fin de semana. Acudía invitado a la boda de su sobrina, una mozuela que se casaba con un cabrero de Ponga en Asturias.
El banquete se celebraba en un restaurante cercano a Mieres y allí empezó a consumarse la tragedia: 30 platos, marisco, carne, pescado… y eso, solo los entremeses. Porque a partir de ese instante 6 costaleros empezaron a sacar cachopos en procesión. Y luego marisco. Mucho. Que los centollos no eran centollos. Eran monstruos japoneses de los de las películas de Godzilla. Y los bugres los transportaban en Alsa. Un bugre, un autocar.
Pichi respiraba despacio, boqueaba, sudaba. Y semejante homenaje gastronómico empezó entonces a rebelarse dentro de su cuerpo. Primero pensó que el espíritu de su abuelo le estaba poseyendo y le animaba a bailar un chotis. Pero luego el chotis derivó en reggaetón y ahí Pichi lo comprendió todo: O le iba a salir un alien del cuerpo o se cagaba vivo. Era esto último.
El madrileño corrió entonces despavorido por los pasillos del restaurante buscando un frasco de bicarbonato que aliviara aquel amago de geiser de mierda. Aunque cuando encontró el bote, y viendo la gravedad del momento, no se tomó un vaso. Directamente se bañó en el bicarbonato e hizo unos largos.
Pero la cosa no acabó ahí. Porque de repente su Nokia 30210 sonó y al descolgar escuchó la voz de una china. Su primera reacción fue pedir pollo agridulce. Pero la china no le dejó articular palabra y le soltó cuatro cosas irreproducibles, aunque todas sin “R”. Pichi colgó extrañado… y siguió haciendo largos en el bicarbonato.
7 días después Pichi se encontraba pegado a la taza del wáter y cagando la comida ingerida en la boda: 30 platos, marisco, carne, pescado, cachopos, centollos, bugres… Una semana expulsando alimentos. Pichi no tenía culo, aquello ya era un hula-hop. Y de repente, y justo cuando se cumplían los 7 días del banquete, de aquella taza emergió una china de pelo largo y mugriento amenazando abalanzarse sobre él. Pichi tembloroso, ojeroso… acojonado, vamos… solo pudo balbucear: “Mátame si quieres… ¡pero no me invitar a otra boda en Asturias, coño!”
Nunca más se ha sabido de Pichi. Descanse en paz. Tampoco de la chinona. Pero recuerda: una boda en Asturias no es una boda cualquiera, si no yes paisano puede ser una película de terror. Quedas avisado.