El pasado jueves, los Ribelles, una familia de cuatro miembros procedente de Sabadell (padre, madre, niño y abuela), disfrutaban de su primer día de vacaciones en el Principado.
Los turistas, alojados en Gijón, pasaron la mañana en la cercana playa de la Ñora (Villaviciosa) y buscaban un sitio para comer. Tras la recomendación de varios bañistas, eligieron el popular restaurante Casa Koty. Y producto de su absoluto desconocimiento, pidieron cuatro menús del día. Sí… uno para cada uno.
Cuando vieron llegar las fuentes de fabada, rollo de bonito y salpicón de marisco, correspondientes a los primeros platos, pensaron que alguien se había equivocado.
“Disculpe señora, eso no puede ser para nosotros. ¿No será para aquella mesa de 20 que tienen en el comedor?”.
La empleada del establecimiento, acostumbrada a estos incidentes, le sacaba amablemente de su error. Y decía en voz alta mientras volvía hacia la cocina:
“Mira Koty… ¡otru que nunca había estao en Asturies!”
La comida era excelente, y los Ribelles, como buenos catalanes, no pensaban desperdiciar su dinero. Así que, no sin un grandísimo esfuerzo, prácticamente terminaban sus primeros platos. Pero llegaba entonces el momento que marcaría el principio de la tragedia.
La empleada encargada de la mesa, tras retirar los platos, procedió a servir los segundos: una ración de cordero con más carne que el culo de Kim Kardashian, una fuente de paella como la Copa Davis y dos cachopos de cecina con patates del tamaño de Girona.
Fue entonces, al ver semejante cantidad de comida, cuando los Ribelles entraban en modo pánico:
La abuela se persignaba y rezaba en voz baja a la Virgen de Montserrat. El niño mandaba un whatsapp, con un selfie del banquete, para despedirse de sus amigos. La madre, entre lágrimas, miraba la foto de su hija mayor en la cartera. Y el padre de familia, se quitaba directamente el cinturón, y con firmeza, exclamaba en voz alta:
“Vamos a por ello familia… ¡la pela es la pela!”
Minutos después, casi de un modo simultáneo, todos los miembros de la familia infartaban y caían al suelo del restaurante. Testigos presenciales cuentan que la mismísima Koty salía corriendo de la cocina, desfibrilador portátil en mano, para tratar de recuperar a sus clientes. Pero los turistas no volvieron a respirar, únicamente se escuchaba, entre descargas eléctricas, la voz de la cocinera gritando:
“¡¡¡Hay que despertalos redios!!!! ¡¡¡Estos foriatos no marchen sin probar el mi arroz con leche!!!”