Marcelino Valle, un paisano de Mieres de 47 años, se encontraba en una espicha en Lugones cuando de repente se derrumbó. Sus amigos, muertos de risa, empezaron a darle patadas en el vientre, pero después de un par de horas y viéndole echar espuma por la boca se preocuparon e hicieron lo que hubiera hecho cualquiera en esa situación: pintarle una pirula en la cabeza. Luego siguieron dándole patadas en el vientre, pero finalmente cuando observaron que no respiraba decidieron que a lo mejor era buena idea trasladarlo al hospital.
Una vez allí se consumó la tragedia. Marcelino era declarado muerto, al parecer por una ingesta masiva de sidra y huevos cocidos. Y las patadas también tuvieron algo que ver. Pero según publica La Voz de Asturias, horas más tarde y de manera milagrosa, el hombre empezó a recuperarse y se sorprendió en un nuevo entorno que no reconocía, frio y oscuro: su ataúd del tanatorio.
“Al principio al velo todo tan negro pensé que taba en un after. Y luego al tocar las paredes, en un fotomatón”. Si, Marcelino nunca completó la EGB. Este famoso minero del pozu Sotón comenzó entonces a pedir ayuda, y en vista de que nadie lo socorría barrenó la entrada. “¡Soy mineru, ho! Si lleguen a tardar más, monto una barricada”.
Un guardia de seguridad del hospital que escuchó los ruidos acudió al depósito y se encontró un boquete en el ataúd y a Marcelino desnudo que ni corto ni perezoso, PIDIÓ PINCHOS: “pasa la bandeja, artista… ¡que toi muertu fame!” El guardia temblaba. Marcelino insistió: “trae pinchos ho… ¡y echa un culete!” Movido por el miedo, el de seguridad organizó allí una espicha, lo que le hizo recordar a Marcelino todo lo sucedido. Y raudo y veloz volvió a la fiesta con sus colegas.
Lo que sucedió a continuación es digno de contar. Varios de sus amigos continuaron bebiendo para celebrar la “resurrección” de Marcelino, lo que hizo que casi todos murieran del coma etílico y acabaran en el tanatorio. Previamente uno de ellos ya había muerto al cortarse el cuello con una casadiella conmocionado por la aparición de Marcelino. También acabó en el tanatorio.
Y volvió a consumarse la tragedia. Todos fueron declarados muertos y horas más tarde y de manera milagrosa, revivieron. Comenzaron entonces a pedir ayuda, y en vista de que nadie los socorría salieron como pudieron de los ataúdes. El guardia de seguridad nuevamente escuchó los ruidos y los encontró a todos desnudos y pidiendo pinchos y sidra. Movido por el miedo, el de seguridad organizó otra espicha, pero murió a mitad de la misma. Su corazón no resistió tantas emociones seguidas. Marcelino y sus amigos reían y le daban patadas en el vientre, hasta que fue declarado muerto. Marcelino y sus colegas siguieron la fiesta esperando a que reviviera, pero nunca lo hizo porque como desveló su madre en el entierro: “el problema es que mi hijo no es asturiano, había nacido en Boñar”. Ahora se entiende todo.